Aunque razonaban correctamente al principio, la presión del grupo los
llevaba a equivocarse. Asch repitió estos ensayos varias veces, concluyendo que
una persona entrenada puede manipular fácilmente el pensamiento colectivo.
Señuelos influyentes en
la sociedad
En nuestra sociedad, los
señuelos psicológicos engañan incluso a personas inteligentes. Un ejemplo es el
juego callejero de las tres chapas y un grano de maíz: un cómplice apuesta,
gana y anima a los transeúntes a participar, solo para que caigan en la trampa
al apostar grandes sumas. Otro caso son los charlatanes que investigan perfiles
en redes sociales y fingen revelaciones sobrenaturales para atraer a crédulos
con promesas de milagros o adivinación.
En 1965, en Nicaragua, un
falso evangelista manipuló a una audiencia al entrenar a un ayudante para que
fingiera un milagro durante una campaña. Esta artimaña generó una sugestión
masiva, atrayendo a los asistentes más al predicador que al mensaje espiritual.
Aunque el poder divino es real, estas manipulaciones, diseñadas con técnicas
psicológicas, producen emociones que provienen del ingenio humano, no de lo
espiritual.
Otro método común son las
palabras persuasivas con promesas engañosas. Falsos testigos proclaman haber
obtenido riquezas gracias a un líder, quien luego exhorta: “Deposita 100
dólares y Dios multiplicará tu ofrenda al ciento por uno”. La ambición lleva a
muchos a caer en estas trampas, enriqueciendo al manipulador mientras empobrece
a los creyentes.
Factores de
vulnerabilidad mental
Ciertos factores hacen a
las personas más susceptibles a la manipulación:
- Desestabilización mental: Generar
inseguridad, dudas y confusión debilita la mente, creando un terreno
fértil para la influencia. Tácticas como sembrar culpa, distorsionar la
percepción del entorno o presionar psicológicamente llevan a la víctima a
actuar contra su voluntad.
- Condicionantes emocionales: Problemas
personales, resentimientos, frustraciones o conflictos con la familia,
iglesia o sociedad hacen a las personas más vulnerables. La ignorancia
acelera el engaño.
- Disonancia cognitiva: Este estado de
conflicto entre creencias y realidad anula el razonamiento. En estas
condiciones, un proceso de lavado de cerebro puede someter por completo la
voluntad.
El arma de la
manipulación: La culpa como herramienta
El psicólogo Robert
Lifton describe cómo la culpa puede canalizarse para convertir a una persona en
fanática de una idea obsesiva, ofreciéndole una falsa seguridad. Este “asalto a
la identidad” altera el “yo”, reprogramando la conducta sin que la víctima lo
perciba. Métodos de presión, como los usados por empresas como AMWAY, explotan
la ambición con promesas de riqueza fácil, mientras regímenes totalitarios,
como la China comunista o la URSS, usaban la coacción estatal y el lavado de
cerebro para anular disidentes.
Lavado de cerebro y
guerra psicológica
El término lavado de
cerebro (“brainwashing”) surgió en 1951, acuñado por el periodista Edward
Hunter en un artículo sobre las técnicas de manipulación en la China de Mao.
Estas incluían desorientación, repetición de consignas y uso de drogas para
someter ideológicamente a los ciudadanos. Métodos similares se usaron en la
URSS bajo Stalin, en la Alemania nazi para fomentar el antisemitismo y en Corea
del Norte para torturar prisioneros.
La URSS perfeccionó estas
técnicas en hospitales psiquiátricos, donde disidentes eran “reeducados”
mediante desorientación temporal, repetición de propaganda y anulación del
“yo”. Paralelamente, Estados Unidos desarrolló la guerra psicológica durante la
Guerra Fría, usando propaganda para desacreditar ideologías opuestas. En
Centroamérica, cualquier idea progresista era etiquetada como “comunista”,
justificando represión y censura bajo el pretexto de defender la libertad.
Ambas corrientes —lavado
de cerebro y guerra psicológica— se nutren de la psicología para crear una
programación psicológica. Esta combina manipulación solapada con persuasión
para someter el “yo” a intereses dominantes. Empresas modernas contratan
psicólogos para diseñar publicidad persuasiva, mientras las redes sociales
amplifican la desinformación y los mensajes subliminales en canciones o
películas.
El poder de los medios y
la desinformación
Conclusión
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