Han emergido diversas interpretaciones y mensajes que, de estar presente hoy, el apóstol Pablo probablemente denunciaría con la misma contundencia que mostró en su carta a los Gálatas. En ella, Pablo expresó su asombro ante la rapidez con la que los creyentes se apartaban del verdadero evangelio, advirtiendo que cualquier otra enseñanza, incluso si viniera de un ángel, debía ser considerada anatema (Gálatas 1:6-9). Para Pablo, las buenas nuevas eran un tesoro invaluable y tergiversarlas representaba un pecado teológico imperdonable.
Los gálatas, que habían recibido el mensaje de la gracia, fueron seducidos por enseñanzas legalistas que los empujaron a volver a las prácticas de la ley mosaica, rompiendo así con Cristo y cayendo de la gracia (Gálatas 5:4). Pablo condenó ese legalismo como un falso evangelio.