Han emergido diversas interpretaciones y mensajes que, de estar presente hoy, el apóstol Pablo probablemente denunciaría con la misma contundencia que mostró en su carta a los Gálatas. En ella, Pablo expresó su asombro ante la rapidez con la que los creyentes se apartaban del verdadero evangelio, advirtiendo que cualquier otra enseñanza, incluso si viniera de un ángel, debía ser considerada anatema (Gálatas 1:6-9). Para Pablo, las buenas nuevas eran un tesoro invaluable y tergiversarlas representaba un pecado teológico imperdonable.
Los gálatas, que habían recibido el mensaje de la gracia, fueron seducidos por enseñanzas legalistas que los empujaron a volver a las prácticas de la ley mosaica, rompiendo así con Cristo y cayendo de la gracia (Gálatas 5:4). Pablo condenó ese legalismo como un falso evangelio.
Legalismo y los desafíos modernos
Hace medio siglo, muchos evangélicos, particularmente en América Latina y Estados Unidos, adoptaron un enfoque marcadamente legalista, equiparando la santidad con la abstención de ciertos comportamientos sociales. Aunque el legalismo ha disminuido, han surgido otros "pseudo-evangelios" que desvían el enfoque central del mensaje de Cristo. Estos son algunos de ellos:
1. El evangelio dinero-céntrico
La teología de la prosperidad toma verdades secundarias y las exagera, distorsionándolas hasta convertirlas en el eje del mensaje. Este enfoque, que sostiene que la riqueza es un signo de favor divino, contradice principios bíblicos más profundos sobre la justicia, la generosidad y la igualdad. Mientras que algunos textos bíblicos mencionan bendiciones materiales, el mensaje predominante de la Escritura apunta hacia el compartir con los necesitados y disminuir la desigualdad. El “evangelio” de la prosperidad se convierte en un obstáculo para la fe y una distorsión del verdadero mensaje de Cristo.
2. El evangelio demonio-céntrico
La llamada “guerra espiritual” se centra excesivamente en demonios y Satanás, otorgándoles una atención desproporcionada. Aunque la Biblia reconoce la existencia del mal espiritual, este nunca es el foco principal. En las cartas de Pablo, lo demoníaco se asocia más con sistemas y estructuras de opresión que con manifestaciones individuales. Concentrarse en los poderes malignos, en lugar de en Cristo, convierte este enfoque en otro falso evangelio.
3. El evangelio milagro-céntrico
Los milagros son una parte significativa de la fe cristiana, pero no son el centro del mensaje del evangelio. Son señales que apuntan hacia Dios, no fines en sí mismos. En el Nuevo Testamento, los dones y milagros eran entendidos como acciones de Dios, no como habilidades de individuos para manipular lo divino. Un enfoque desmesurado en los milagros puede desviar la atención del verdadero centro: Cristo crucificado y resucitado.
4. El evangelio rapto-céntrico
La obsesión con el rapto y la escapatoria de la tribulación ha llevado a muchos creyentes a centrar su fe en eventos futuros, en lugar de en el Señor que viene. Aunque el regreso de Cristo es una esperanza cristiana legítima, reducirlo a un "rapto" descontextualiza la enseñanza bíblica, transformando una acción en una idea abstracta y secundando un evangelio centrado en el miedo o la comodidad personal.
5. El evangelio ego-céntrico
En todos los casos anteriores, subyace un elemento común: el egocentrismo. Estos evangelios ofrecen promesas superficiales de prosperidad, protección y poder sin las exigencias del discipulado radical que Jesús enseñó. Dietrich Bonhoeffer lo llamó “gracia barata”: un mensaje que evita la cruz, la obediencia y el sacrificio personal.
El único evangelio verdadero: Cristo-céntrico
El verdadero evangelio tiene como único centro a Jesucristo: su vida, muerte y resurrección como fundamento de nuestra salvación. Pablo proclamó: “Me propuse no saber entre vosotros cosa alguna sino a Jesucristo, y a este crucificado” (1 Corintios 2:2).
El mensaje de la cruz, con su llamado al discipulado radical, a la gracia que transforma y al amor que obra a través de la fe, sigue siendo el único evangelio que merece ser proclamado. Frente a los "pseudo-evangelios", podemos decir con Pablo: “No me avergüenzo del evangelio, porque es poder de Dios para salvación a todos” (Romanos 1:16).
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